Hay quien prefiere las ortigas (Tade Kuu Mushi, 1928), uno de los grandes clásicos de la narrativa contemporánea, es a la vez que el reflejo de un conflicto cultural, una especie de confesión autobiográfica, ya que la situación que describe �el naufragio de un matrimonio entre dos personas que han dejado de interesarse físicamente, pero que se respetan y estiman demasiado para decidirse a romper y vivir cada una su vida� parece ser trasunto de un episodio central de la historia del autor, quien en 1930 se divorció amistosamente, tras largas vacilaciones, de su primera esposa. Pero el distanciamiento entre Kaname y Misako, el marido y mujer protagonistas de la novela, no constituye todo el asunto de ésta, sino por así decirlo uno de sus polos; el otro es el contraste entre la mentalidad de la joven generación, fuertemente occidentalizada, y la que se encarna en el padre de Misako, el afectado caballero apegado a las costumbres tradicionales, al teatro de marionetas, a las viejas porcelanas y a la antigua manera de resolver, conviviendo con una joven y sumisa concubina, los problemas sexuales que pudieran perturbar su actitud contemplativa.